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lunes, mayo 09, 2005

La escena deseada

Ya son casi las 5 de la tarde. No puedo creer que por primera vez me haya quedado dormida y encima ante tan importante eventualidad. Hoy es el día que comencé a anhelar hace dos meses, cuando... o en realidad hace un año y medio, pero mis expectativas se veían más concretas desde hace siete semanas cuando repartimos los personajes de la obra, que hoy a las 2:30 tendría que haber ido a ensayar.
La noche de anoche, como tantas otras, fue una noche de recorridas. Fui como una mariposa, o más bien como un murciélago, porque era la oscuridad serena la que me albergaba y ante los primeros rayos de claridad, con el alma dolorida, tuve que regresar. Entre las luces coloridas, el flash de cada boliche y el éxtasis que conseguía con el transcurrir de las horas, es que te estuve buscando. ¿Para qué? Para que si iba a terminar a las 5 de la madrugada, como tantas otras veces, en la esquina de tu casa observando por el vidrio polarizado de mi auto, esperando allí postrada una vez más, solo para verte llegar.
Espere hasta las 8 y no te vi llegar con nadie, es más ni te vi llegar. Me lamentaba haber recorrido hasta el barsucho más recóndito y haber perdido tanto tiempo en vez de buscarte allí.
Luego de deliberar si era oportuno llegar a las 8 de la mañana y de haberme dado cuenta que era más oportuno que llegar a las de la madrugada, me decidí.
Me miré en el espejo y no lo niego me daba un poco de lastima, no solo por mi aspecto físico producto del alcohol, las drogas y el llanto; sino también por mi alma desahuciada que se arrastraba por una obstinada obsesión. Bajé del auto, camine hasta tu puerta y luego de presionar el timbre, mi sangre recorría las venas al ritmo de un ruego que pedía que solo tu salieras.
Pero allí se asomó ella, castaña, de no más de 1,60, ojos verdes y simpática sonrisa; que ante mi llanto de saber que no estabas, trató de consolarme como si fuera mi madre y no l tuya.
Luego mi cuerpo se esparció sobre las sábanas solitarias de mi cama, la última vez que vi la hora eran las 10 y mi mente comenzaba a cesar de tan veloces y fugaces pensamientos. No sé cuando pero aparentemente me dormí.
Había escuchado algunas voces, ellas fueron las que me despertaron. Mientras me odiaba por haberme dormido me di un baño fugaz, pero suficiente como para disimular un poco mi estado.
Ya son las 5:05 de la tarde y en esta parada de colectivo espero. Mi ansiedad comienza a masturbarme y el legado de anoche me hace sentir que estoy volando parada y el colectivo no llega.
Hoy era el ensayo de la escena del beso de Romeo y Julieta, y yo era Julieta. Tanto busque anoche a Romeo que no comprendo el inútil tiempo perdido y la incompatibilidad con mi demora.
Lo más detestable de todo fue llegar y ver mi reemplazo, ahí estaba Romeo besando otros labios, labios que anoche lo encontraron. Esto era la realidad y ahora entrábamos a escena.

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